martes, 8 de marzo de 2011

Árboles, madres e hijas

Nunca he escrito sobre mi Flamboyán y adoro hablar de plantas. Bueno, en este caso, se trata de un árbol. Pero todavía es pequeño. Ha estado al borde de la muerte. Lucía verde y adornado, pero llegó el invierno y lo descuidé. Ha sido demasiado frío para los dos. En un último intento, después de mirar por la ventana cómo se le apagaba la vida, lo rodee con plástico. No sirvió de nada. La que fue útil, decisiva, fue mi madre. Lo arrebató de mi balcón y lo llevó a una esquina de la casa, cálida. Lo podó. Quedaba un tallo, ah, y vida. ¡Está viva!, me dijo. Y así era. El primer árbol que planté pensé que había muerto. Pero siempre está la madre, ay, mi madre, para redimir las desidias de la hija.

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